Eran pasadas las ocho de la noche, afuera seguía lloviendo y ella estaba aún sentada en el cafecito de la calle principal, había esperado más de una hora en la misma mesa de la esquina… aquella que estaba en la penumbra. Mientras bebía el último sorbo de su té, pensaba en todo lo que había planeado para el día y como había sido la realidad de él. Ciertamente, no había sido tal como lo había calculado… sinceramente… había sido un fiasco.
En la mañana, el sueño la había vencido, dado que la noche anterior fantaseó hasta muy tarde con el día siguiente. Sin desayuno y apresurada, corrió bajo la lluvia para alcanzar el bus. Pero este partió, por lo que llegó casi diez minutos retrasada a su trabajo. Como pocos días, el trabajo le había resultado agobiante. Cada minuto pasaba lento. Al dar las seis menos cuarto, partió rumbo a su anhelada cita
Controlando un poco su ansiedad, se dedicó a mirar las deslumbrantes vitrinas, que mostraban una y otra vez los mismos atuendos, en diferentes colores, con diferentes precios. Faltaban sólo unos minutos para las siete, cuando llegó al sitio acordado para la cita. Se acercó la mesera, pero le solicitó un momento para ordenar… esperaría hasta que él llegara… cuando el reloj marcó las siete y treinta, se decidió a ordenar una taza de té… quizás eso hiciera la espera un poco más amena… así siguieron los minutos, pasando lentamente por la superficie del reloj… ocho menos cuarto… ochos menos diez… ocho y cinco… y él no aparecía. Su rostro mostraba la decepción... y una certeza… él no llegaría. Pidió la cuenta, dejando el importe, se marchó.
Ya en la calle, cayó en cuenta de que ésta se encontraba desierta. La lluvia las había lavado de toda la multitud penquista que normalmente pululaba por ella, este hecho le dio un pequeño descanso… no tendría que ocultar sus lágrimas.
Caminando lentamente por una calle apenas iluminada por unos cuantos faroles, dejando que la lluvia corriera por su cada vez más mojado cabello… de pronto se detuvo a mirar los árboles que se movían, como si quisieran danzar al ritmo del viento, deseo por un momento una vida simple, pero se arrepintió… volviendo a colocar su bolso en el hombro, se puso en marcha nuevamente, observando las huellas que su paso dejaba, trataba de encontrar un “Por qué”... Repasando las veces que estuvieron juntos, sus conversaciones, sus risas y todo aquello que compartieron… aún hoy ella no encuentra el error.
Ensimismada en su caminar, de pronto y sin darse cuenta se detiene frente a la calle donde toma su autobús. En aquella oscura calle, se ven brillar las luces de los autos. Repentinamente se siente observada y una voz suavecita le murmura “Yo sabía que aquí te encontraría”. Ella, con sus ojitos tristes y su rostro mojado por la lluvia, lo observa, él la abriga con su chaqueta y con el silencio de una tierna mirada, la tomó suave y firmemente a la vez y en aquel lugar solo, sellado con un beso, se escuchó el sonido de un solo corazón… pero eso, sólo fue un último pensamiento, antes de subir al autobús…
Para ti, querida hermanita,
La última romántica de esta Era.