Quisiera que mis días fueran normales, con sus altos, sus
bajos, molestias y risas…
Pero no lo son, mi problema
empieza, cuando al abrir los ojos, noto la cama desordenada, con las sábanas
hechas un nudo de tanto dar vueltas en ellas, tratando de encontrar a ese
alguien que hace mucho dejo su huella en este lugar. Trago esa sensación y abro
las cortinas, mirando de reojo a la lejanía, esperando una señal… no está.
Al salir de la habitación,
preparo un desayuno para uno, quedando un tazón en espera de ser utilizado…
pretendo que no existe y enciendo la televisión para que se escuche un sonido,
más allá de mi respiración.
Ducha, trabajo, los mejores
momentos, en que mi mente se distrae casi completamente de los recuerdos.
El problema vuelve, cuando camino
hacia mi hogar, con ingenua esperanza miro a las ventanas, esperando ver en
ellas una luz encendida, pero no es así. Subo las escaleras, abro los seguros y
encuentro que la oscuridad reina, las cosas en el mismo lugar que las dejé. Cierro
las cortinas, no sin antes otear la entrada. Nada.
Vuelvo a encender el televisor,
un té, una galleta… silencio absoluto, ha terminado el día y ha llegado la
temible hora de ir a dormir, de ir a buscarte.