martes, octubre 20, 2009

En Otros Brazos


El calor que había entre nosotros se fue apagando poco a poco. Aquellos hermosos sentimientos que una vez me inundaron, ahora me ahogaban, no sabía cómo reaccionar ante el frio glacial que nacía de tus ojos cuando te miraba. Cada noche lejos de ti, cada día sin una llamada… cada momento que quise compartir contigo y que rechazaste poniendo una barrera tan alta, que me hacía sentir torpe, pensando en que había hecho para que cambiaras tanto, para que ya no quisieras sentir lo que yo sentía.

Así, en el vacío que experimentaba, te busqué… te extrañaba tanto, necesitaba tanto de tu calor… y llegó él, me abrazó, me acarició, besó mis labios, pero el hielo no desapareció… traté nuevamente de encontrarte en él… cubrió mi piel con sus sentimientos… lo besé y pensé en ti, algo parecido a esa sensación conocida llegó a mí, no era lo mismo, pero ya no me sentía tan sola.

Tu ausencia se prolongó y la presencia de él aumentó, llegando a distraerme del dolor que se anidaba en medio de mi alma… me hizo olvidar por un tiempo aquellas imágenes de los momentos que disfrutábamos los dos… cruzar la calle corriendo… riendo... tomados de la mano, hacerte cosquillas, acariciar tu cara. Poco a poco parecían desvanecerse como la niebla bajo el sol.

Abrazados bajo la fría noche, mi alma se distraía de tu recuerdo. Enredando mis dedos en su pelo, trataba inconscientemente de amoldarlo a tu forma… él reía sin saber lo que en verdad sentía… lo que buscaba. De pronto, sólo una palabra… mi nombre en tus labios. Mi corazón dio un vuelco, te miré directamente a los ojos a través de las lágrimas que brotaron enseguida, en una mezcla de dolor y alegría. Mi corazón aleteaba y él lo notó… a pesar de todo tomó mi mano con fuerza, sin dejarme apartarla de su lado. Mi cuerpo luchaba por mantenerse en ese lugar.

Te acercaste lentamente, midiendo cada paso, te sentaste a mi lado en aquella pequeña banca de piedra, fría, dura como tu fachada. Le pediste amablemente a él un momento a solas conmigo. Él me miró… yo no respondí, mis ojos miraban el suelo, mis zapatos, todo, nada, tratando de calmar a esa parte de mí, que quería pasar los brazos alrededor de tu cuello. En un momento se percató de todo lo que no había notado en mucho tiempo… mi tristeza, sus deseos de que todo funcionara bien. Sólo dijo adiós y yo no pude detenerlo. No me atreví.

Mi cuerpo temblaba al sentirte cerca una vez más. Sin atreverme a mover un musculo. Me tomaste de los brazos… sentía tu mirada fija en mí, pero mis ojos continuaban mirando el suelo. Me hablaste y no podía responderte… gritaste a mi rostro “¡Mírame a los ojos y dime que no sientes nada por mi!”… con esfuerzo modulé, sin poder mirarte… no quería mirarte… “Sabes que no lo puedo hacer… te estaría mintiendo… pero ya no puedes ser parte de mi vida… me haces daño.”

Continuaste mirándome por lo que pareció ser una eternidad… tu respiración entrecortada, me hacía querer abrazarte, como antes, cuando mis manos pasaban a través de tu pelo y besaba tu frente en busca de tu consuelo.

Tus manos iban aflojando el contacto con mi cuerpo, separándose nuevamente de mí. Y lo entendí. El pasado no volvería… porque ya no existía. Yo no era la misma, mi alma se rompió y los trozos de ella podían hacerte daño en esta ocasión.

Terminé de separarme de ti. Pasé mi mano por tu pelo… tu rostro resquebrajado en la duda… besé tu frente… y al fin, después de
meses… sonreí…

miércoles, febrero 25, 2009

Miénteme


Te miré sentarte en el sillón de siempre, observaba con cuidado tus movimientos tratando de dilucidar secretos en cada sencillo pestañeo, en cada movimiento, en cada respiración. Y así, de pronto, sin poder detenerlas las palabras salieron de mi boca, “¿Me harías un último favor?… finge… finge por un momento que nada ha pasado y abrázame, necesito sentirte cerca de mí una vez más.”

Me miraste con los ojos entrecerrados, supongo que evaluabas mi petición, cosa extraña en ti, que siempre te lanzabas a la vida sin medir las consecuencias, pero analizando la situación, yo tampoco soy muy normal ¿cierto?

Después de un momento… te dirigiste al lugar donde yo estaba. Quedaste estático a mi lado, tomé una de tus manos y la puse sobre mi cara, sintiendo su calor, la besé. Lentamente, como si tratara de cazar un pajarillo me moví hacia ti. Enlacé mis brazos alrededor de tu torso, acomodé mi cabeza en tu hombro, tus brazos me apretaron con fuerza, como si buscaras transmitirme algo sin palabras… quizás lo lograste, porque sin querer mis ojos se pusieron borrosos, sabía que sería la última vez que estaría en aquel sitio que tanto me encantaba.

Las lágrimas caían silenciosas una tras otra. Tu camisa se empapó, al percatarte de ello, levantaste mi rostro con un dedo, me miraste a los ojos y me besaste… en un par de segundos vi pasar todos aquellos momentos felices y en un vano esfuerzo traté que mi memoria los guardara de la mejor forma posible, abrazándote más fuerte que nunca.

Me apartaste para tomar tu maleta, yo estaba aún en el mismo sitio donde me dejaste, las manos entrelazadas, deteniéndolas… deteniéndome… con un simple “Adiós” y una sonrisa, te dejé de ver.

miércoles, enero 28, 2009

Marcada


En Santiago, ciudad capital de nuestro país, un día de febrero de 2007 a eso de las 19 horas, un hombre me marcaría por el resto de mis días…

Era un día jueves de infinito calor, mientras caminaba muchas veces pensé que las zapatillas que calzaba quedarían pegadas al pavimento, pero no fue así, con mucho esfuerzo logré llegar a la tienda del centro de la ciudad en que me encontraría con la persona que luego me llevó a conocerlo. Después de un bien merecido jugo, fuimos a un lugar que jamás olvidaría… llegamos a una antigua casona que a pesar de sus años, tenía una atmosfera cálida y moderna. Fue allí en una pieza perfectamente limpia, donde estaba él. Al verme, sonrió. Pero, no tan sólo su boca sonreía, también lo hacían sus ojos, sus profundos ojos verdes. Se encontraba sentado frente a un escritorio en que se distinguían cientos de dibujos de brillantes colores. Con un poco de vergüenza por lo embobada que parecía, lo saludé.

El que me llevó allí de pronto, nos dejó a solas, conversamos un rato, reímos de todo, de nada. Mientras escuchábamos música, me recosté, se acercó, veía su rostro tan cerca de mí… “te va a doler” dijo. “No importa” respondí y cerré los ojos, apreté los dientes. No era tiempo de arrepentirse.

Salí tarde de aquella casona, ya estaba oscuro… ¿Y ahora qué hago?... ¿Dónde estoy?… mi “guía” jamás volvió… dejándome a mi libre albedrío… a mi libre falta de orientación… cómo llegué a casa esa noche, ya casi no lo recuerdo.

Después de todo, ¿qué puedo decir?, el tatuaje quedó muy bien.