Entró apresuradamente a su habitación, sosteniendo aún en su mano la delgada caja envuelta en papel. Comenzó a reproducir aquella canción funesta, molesta… querida y odiada. Aquella que parecía contar su historia, que traía a su memoria episodios olvidados… recuerdos que debían quedar en la oscuridad, que no deberían volver al presente.
Con impresionante calma, desenvolvió la caja en la que encontró un pequeño cuchillo plateado al que miró con sorprendente avidez. Lo revisó no una, sino que decenas de veces. Pasaba su dedo una y otra vez por el filo, disfrutándolo, calculando su peso.
Al fin, cuando el sol ya se escondía, subió las largas mangas de su chaleco. Empuñando el cuchillo en su mano derecha, unió la fría hojilla a su blanca piel, siguiendo la línea azul que dibujaba su sangre, hizo un corte profundo. Sin siquiera inmutarse, con increíble tranquilidad, cambió el cuchillo a su mano sangrante, mas el dolor de ella no le permitió maniobrar el cuchillo como quería y sólo logró un pequeño, aunque igualmente profundo corte, en su mano derecha.
Al llegar la hora de la cena, su madre subió a buscarla, al golpear la puerta, ésta se entreabrió. No se puede decir menos de que era una escena extraña… la tranquilidad que se respiraba en esa pieza, chocaba profundamente con el sentimiento de pérdida que se suponía debía primar. Las rosadas flores que cubrían el cobertor de la cama, estaban ahora teñidas de rojo… el rojo de la sangre que había manado de las muñecas abiertas de ella, llevándola a un sueño profundo, del que no despertó.
Con impresionante calma, desenvolvió la caja en la que encontró un pequeño cuchillo plateado al que miró con sorprendente avidez. Lo revisó no una, sino que decenas de veces. Pasaba su dedo una y otra vez por el filo, disfrutándolo, calculando su peso.
Al fin, cuando el sol ya se escondía, subió las largas mangas de su chaleco. Empuñando el cuchillo en su mano derecha, unió la fría hojilla a su blanca piel, siguiendo la línea azul que dibujaba su sangre, hizo un corte profundo. Sin siquiera inmutarse, con increíble tranquilidad, cambió el cuchillo a su mano sangrante, mas el dolor de ella no le permitió maniobrar el cuchillo como quería y sólo logró un pequeño, aunque igualmente profundo corte, en su mano derecha.
Al llegar la hora de la cena, su madre subió a buscarla, al golpear la puerta, ésta se entreabrió. No se puede decir menos de que era una escena extraña… la tranquilidad que se respiraba en esa pieza, chocaba profundamente con el sentimiento de pérdida que se suponía debía primar. Las rosadas flores que cubrían el cobertor de la cama, estaban ahora teñidas de rojo… el rojo de la sangre que había manado de las muñecas abiertas de ella, llevándola a un sueño profundo, del que no despertó.