En la Casa de Piedra, arrodillada frente al altar, con la última palabra en la boca, con la mirada de todos en su espalda, con la mirada quemante de Él en su rostro, con pensamientos pasando como un rayo por su cabeza. De pronto, un recuerdo fugaz, le dijo que esto lo había vivido… lo había soñado… Deja Vú…
La imagen de los tres hombres volvió claramente a su mente. Sujetos a los cuales había querido, pero con quienes no había sido lo suficientemente valiente para superar el miedo, el terror del rechazo y declarárseles, por lo que ellos nunca supieron interpretar los sutiles signos que Ella entregó. Miradas, caricias, sonrisas, conversaciones que no dieron fruto.
La indecisión la hacía perder un poco su centro, sintiendo como su espíritu se removía en su interior, un deseo vehemente de volar le apretaba el pecho. ¿Cuál sería la decisión adecuada? ¿Cuál de ellas era la correcta? De pronto lo supo… levantándose desde el cojinete que formaba su vestido, modulo en una palabra silenciosa un No. La cara de extrañeza del párroco, le hizo repetir con firmeza y voz clara el “No, no acepto”. Miró a aquel relegado, que la había estado observando durante toda la ceremonia, quien al escuchar su respuesta, con una sonrisa en los labios abrió sus brazos para recibirla. Pero ella nunca llegó a ellos. Tiró con suavidad de la corona de flores que adornaba su cabeza, sacando con ésta el velo, el que quedó desarmado a los pies del altar, semejando una ofrenda. Un sacrificio por su libertad.
Miró por última vez al hombre que la había aceptado, se acercó y le dijo “Nunca hubieras sido feliz conmigo”, lo abrazó y susurro en su oído un tímido “Lo siento mucho”.
El murmullo de los presentes se silenció cuando ella volteó a la salida. Solo se escuchó el eco de sus pasos en la alta cúpula al caminar por el pasillo sola y con la frente en alto. Mirando hacia el horizonte de su nueva vida.