Se había ido el verano y Ella aún no aparecía, en realidad, nadie a ciencia cierta sabía que le había pasado o que le estaba ocurriendo.
En el otoño, las cosas cambiaron para la hechicera, inserta aún en su mundo, vio como este se volvía más oscuro y vacío… y su llanto se volvió, si es que era posible, más amargo que antes, se adentró más y más en el bosque, hasta que no hubo necesidad de vendas, ya que el bosque era lo suficientemente oscuro y denso como para ocultarse y a la vez, no ver a las personas. Tranquila por este hecho, se sentó bajo un árbol a descansar, cuando al fin el peso de su alma pareció alivianar, descubrió que se encontraba en el linde de un pequeño pueblo, donde conoció nuevas personas y nuevas relaciones. Quiso hacer de esta una nueva vida, olvidar quien fue, a su antiguo pueblo, a sus ancestros, al cortesano… ¿y sus amigos? ¿A ellos también debería olvidarlos?... pero el destino es travieso y más de una sorpresa le tenía preparada…
En este nuevo lugar, Ella no quiso mostrar del todo quien era, por temor al rechazo de los habitantes del lugar, quienes muchas veces temen a lo que no conocen. Entre estos habitantes, se encontraba un Bardo. Aquel trovador, era fluido y capaz en su labor, además de ser orgulloso como pocos, conducta que con el pasar de los días, hizo patente frente a la hechicera, quien al tratar de pasar casi desapercibida a los ojos de la gente, no presto mayor atención. Esta actitud, llamó la atención del Bardo, quien estaba acostumbrado a ser centro de atención de la mayor parte del pueblo en sus cantos y oratorias.
Pasó el tiempo, el Bardo y la Hechicera se conocieron mejor, no necesitaban de máscaras para hablar, para conversar alegremente durante momentos que muchas veces se volvieron fugaces. Sin saber como, la imagen del Bardo se hizo más y más fuerte en la mente – ¿Sólo en la mente? – de Ella, borrando a momentos los recuerdos de su antigua vida, recrudeciendo su tristeza en otros.
El invierno, con su aire frío y gotas de hielo, trajo consigo tranquilidad. El llanto se volvió esporádico, pero el dolor parecía no menguar. En los albores de la primavera, paseando por el bosque, en busca del origen del canto que la había llevado hasta allí, su mente pudo al fin percatarse de que tal vez el Cortesano no había sido más que un sueño, una ilusión… pero ¿Qué pasaba con el Bardo? ¿Por qué estaba constantemente en su mente? ¿Por qué la hacía sentir así?... estaba tratando de aclarar esto, cuando el canto de aquel bosque, que la había mantenido lejos de casa, cesó… y se hicieron patentes los gritos y llamados de sus compañeros y amigos… ellos no habían detenido un momento la búsqueda. Ella levantó la mirada, se enjugó las lágrimas y se reunió feliz, bajo el tibio sol junto a ellos, quienes la recibieron felices. Les relató los sucesos de estos meses, como ese canto la había llevado hasta este nuevo lugar, como había conocido a este hombre, como con esta salida del bosque, ella dejaría de ver al Bardo.
Y así fue, al volver la hechicera a su pueblo, el Bardo desapareció, el canto misterioso del bosque se apagó… todo un mundo quedaba atrás… todo un nuevo mundo la esperaba… sus compañeros no la dejarían… miró la poción que había dejado en el fuego tantos meses atrás, vio como parecia ser que toda su vida había quedado impregnada en ella y es este el momento donde la encontramos en el principio, el momento exacto cuando supo que debía dejarla ir, que era capaz de superarse, que hay cosas que es mejor, dejar como recuerdos… y que hay personas –como le dijo alguna vez el Flautista – que es mejor, querer desde la distancia.
En el otoño, las cosas cambiaron para la hechicera, inserta aún en su mundo, vio como este se volvía más oscuro y vacío… y su llanto se volvió, si es que era posible, más amargo que antes, se adentró más y más en el bosque, hasta que no hubo necesidad de vendas, ya que el bosque era lo suficientemente oscuro y denso como para ocultarse y a la vez, no ver a las personas. Tranquila por este hecho, se sentó bajo un árbol a descansar, cuando al fin el peso de su alma pareció alivianar, descubrió que se encontraba en el linde de un pequeño pueblo, donde conoció nuevas personas y nuevas relaciones. Quiso hacer de esta una nueva vida, olvidar quien fue, a su antiguo pueblo, a sus ancestros, al cortesano… ¿y sus amigos? ¿A ellos también debería olvidarlos?... pero el destino es travieso y más de una sorpresa le tenía preparada…
En este nuevo lugar, Ella no quiso mostrar del todo quien era, por temor al rechazo de los habitantes del lugar, quienes muchas veces temen a lo que no conocen. Entre estos habitantes, se encontraba un Bardo. Aquel trovador, era fluido y capaz en su labor, además de ser orgulloso como pocos, conducta que con el pasar de los días, hizo patente frente a la hechicera, quien al tratar de pasar casi desapercibida a los ojos de la gente, no presto mayor atención. Esta actitud, llamó la atención del Bardo, quien estaba acostumbrado a ser centro de atención de la mayor parte del pueblo en sus cantos y oratorias.
Pasó el tiempo, el Bardo y la Hechicera se conocieron mejor, no necesitaban de máscaras para hablar, para conversar alegremente durante momentos que muchas veces se volvieron fugaces. Sin saber como, la imagen del Bardo se hizo más y más fuerte en la mente – ¿Sólo en la mente? – de Ella, borrando a momentos los recuerdos de su antigua vida, recrudeciendo su tristeza en otros.
El invierno, con su aire frío y gotas de hielo, trajo consigo tranquilidad. El llanto se volvió esporádico, pero el dolor parecía no menguar. En los albores de la primavera, paseando por el bosque, en busca del origen del canto que la había llevado hasta allí, su mente pudo al fin percatarse de que tal vez el Cortesano no había sido más que un sueño, una ilusión… pero ¿Qué pasaba con el Bardo? ¿Por qué estaba constantemente en su mente? ¿Por qué la hacía sentir así?... estaba tratando de aclarar esto, cuando el canto de aquel bosque, que la había mantenido lejos de casa, cesó… y se hicieron patentes los gritos y llamados de sus compañeros y amigos… ellos no habían detenido un momento la búsqueda. Ella levantó la mirada, se enjugó las lágrimas y se reunió feliz, bajo el tibio sol junto a ellos, quienes la recibieron felices. Les relató los sucesos de estos meses, como ese canto la había llevado hasta este nuevo lugar, como había conocido a este hombre, como con esta salida del bosque, ella dejaría de ver al Bardo.
Y así fue, al volver la hechicera a su pueblo, el Bardo desapareció, el canto misterioso del bosque se apagó… todo un mundo quedaba atrás… todo un nuevo mundo la esperaba… sus compañeros no la dejarían… miró la poción que había dejado en el fuego tantos meses atrás, vio como parecia ser que toda su vida había quedado impregnada en ella y es este el momento donde la encontramos en el principio, el momento exacto cuando supo que debía dejarla ir, que era capaz de superarse, que hay cosas que es mejor, dejar como recuerdos… y que hay personas –como le dijo alguna vez el Flautista – que es mejor, querer desde la distancia.